24 mayo, 2012

Capítulo 7

- Cuando dieron la alarma- comienza a contar Mara, con su suave voz-, mis padres y yo estábamos de camino a la avenida, dispuestos a olvidarnos de la rebelión y a comprar ropa. De repente, todo se llenó de agentes de la paz y soldados rebeldes mientras unas sirenas resonaban unos segundos antes de callarse. La guerra había llegado al corazón del Capitolio. Abrieron fuego, y la gente empezó a gritar. Nadie preguntaba, nadie. Sólo corrían, mientras los soldados disparaban. Mi padre nos empujó a mí a mi madre al suelo, y estaba pidiéndole que se tumbase él también, cuando cayó al suelo envuelto en sangre. Esa visión hizo a mi madre enloquecer. Cualquiera diría que fue una Vigilante Jefe. Se levantó a trompicones, y echó a correr hacia el callejón más cercano, mientras seguía gritando. Yo me quedé donde estaba, viéndola desaparecer sin siquiera volverse. Me tapé los oídos mientras los disparos y los gritos seguían sonando. Cada vez había más gente a mi alrededor ensangrentada, agonizando, o muerta. Fue horrible. Recuerdo ver cómo un chorro de vapor quemaba los cuerpos aún vivos de niños, adultos, soldados, civiles...Y después, nada. Sólo la oscuridad. Al despertarme, me encontré en la lujosa habitación, a modo de bienvenida a una nueva pesadilla.

Cuando termina su relato, soy yo la que la abraza. Nuestro tiempo de comer casi se ha agotado, pero al observar a mi alrededor, todos están algo llorosos, incluso Mónak, que abraza a su amigo. Mara se da cuenta de que le miro, porque no deja de resultarme familiar, hasta que ella dice:
- Es el hijo de Seneca, Karlvich. Seguro que se las van a hacer pasar canutas. 
- ¿Y a quién no? Cómo si no tuviesen suficiente con enviarnos a la arena, encima tenemos que enfrentarnos con nuestros seres queridos.

Entonces suena el timbre que nos avisa de que tenemos que volver. 
Pero, en vez de regresar al entrenamiento, nos llevan a nuestras habitaciones, donde aprovecho para cambiarme, y darme una ducha. Después, me dedico a vagar por el piso hasta que oigo unos sollozos detrás de una puerta. Es la sala de estar, y al asomarme, me encuentro a Piuka llorosa al lado de Taurus. Me quedo un rato en la puerta, para ver si logro averiguar el cotilleo, pero al cabo de un rato me harto y me voy en busca del tejado. Sé que hay uno, mi abuelo me contó una vez que un tributo se había intentado tirar desde él, y el campo de fuerza lo empujó hacia atrás con tanta fuerza que rompió varias macetas. Al cabo de un rato, a punto de abandonar, lo encuentro, y subo. Me paso toda la tarde haciendo collares con flores y poniéndoselos a un gato que hay por aquí. 
Al anochecer, aparece Capesta, diciéndome que  es hora de cenar. 
Cuando bajo, me encuentro a Piuka, todavía algo roja por llorar, a Mónak y a Taurus ya sentados. Comemos en silencio, hasta que es hora de irnos a la cama.
Cada noche, solía repasar lo que había sucedido en todo el día, para criticar mentalmente a todos. Hoy, lo vuelvo a hacer, sólo para ver a Mara dentro de mi cabeza. Un momento...¿Qué he hecho? No debería haberla tratado como antes. En la Arena, le dará igual todo. Sólo se preocupará por matarme. Ya nada volverá a ser tal y como era. Los Juegos me la arrebatarán también. Debo preocuparme sólo por mí misma. Sí. Sobreviviré... a cualquier precio.

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